El día de África suele generar sentimientos encontrados. Por un lado, estamos las personas que lo queremos celebrar como un día de fiesta; salir a la calle vestidas con bubús, chilabas y turbantes, bailar a ritmo de djembé; el tiempo acompaña, en el caso de las diásporas africanas en Europa.
El día de África suele generar sentimientos encontrados. Por un lado, estamos las personas que lo queremos celebrar como un día de fiesta; salir a la calle vestidas con bubús, chilabas y turbantes, bailar a ritmo de djembé; el tiempo acompaña, en el caso de las diásporas africanas en Europa. Por otro lado, están quienes advierten que no hay nada que festejar, el día debe servir para reflexionar sobre los males que acechan al continente y a las personas africanas, y la responsabilidad, individual y colectiva, ante los mismos. Como todo en esta vida, se trata de encontrar equilibrios. (Hay personas que saben ser aguafiestas).
Dicen que el día de África se instauró con el objetivo de perpetuar en la memoria colectiva de las personas africanas la fecha de la proclamación oficial de la Organización para la Unidad Africana, OUA, convertida en la actual Unión Africana, UA; aquel 25 de mayo de 1963 en el que nació la primera organización panafricanista para fortalecer la Unidad, Solidaridad y Cooperación entre los estados del continente. (Creo haber visto la foto de familia, en la que aparecen los líderes del momento, mostrando el mosaico de rasgos, culturas y religiones que caracteriza al continente. No recuerdo que hubiera una mujer.)
Desde entonces -la instauración del Día de África- las personas y comunidades africanas de la diáspora lo convertimos en celebración, y extendimos sus objetivos a las otras personas, comunidades y pueblos con los que convivimos. En la región donde vivo, como en otras, antes de la pandemia, se estaba convirtiendo en una festividad más de la ciudad -la ciudad capital de la región-, contaba con el auspicio de la administración local y las autoridades responsables de la inmigración inauguraban el evento. Era un día para compartir aspectos y elementos de nuestras formas de ser y hacer, aunque fuera lo poco que podíamos disponer -música, literatura, cine, artes, gastronomía, folklore, moda. Creamos un espacio de encuentros, diálogos, intercambios, conocimiento y reconocimiento más allá del mito de las identidades; espacios que fortalecen la convivencia. En el tramo de los jardines de la ciudad, donde instalábamos la feria de asociaciones, uno de los contenidos del evento, el paisaje que se generaba traía reminiscencias de alguna plaza de Marrakech, El Aaiún, Nuakchot, Dakar, Bamako, Ouagadugou, Lagos, Yaundé, Malabo o Luanda; por un momento podíamos vivir esa ilusión.
Y la problemática del continente estaba presente, tanto en los proyectos que mostraban las asociaciones desde sus casetas, como en las personas que acudían a festejar el día en los jardines. Programas basados en esos mínimos acordados en declaraciones y agendas, que vestían al ser humano de la dignidad que le es inherente, a las sociedades y gobiernos de su razón de ser, pero no acababan de ser implementados en muchos lugares del continente. La lucha contra el racismo, en auge en nuestros días, intolerable, perpetuado por los mismos mecanismos que debían regular la convivencia, ocupaba asimismo el quehacer de muchas asociaciones.
Las personas que acudían ese sábado o domingo a esparcir el día en los jardines venían de situaciones diversas, unas vivían en asentamientos, despojados de derechos fundamentales; otras en situación irregular; menores tutelados con la “E” de extranjeros; mujeres víctimas de trata para la explotación sexual (cada cual tenía sus razones para haber sido embaucada; huir de la pobreza de las familias, sus causas y consecuencias, las violencias, la necesidad de perspectivas); jóvenes sobrevivientes de naufragios en los que habían perdido a sus hermanas y hermanos y no sabían cómo decírselo a sus madres. Todas ellas portaban las paradojas que producía el continente, y que planteaban interrogantes (igual que la destrucción de la naturaleza, los conflictos armados, la gestión de las enfermedades, los desplazamientos, la tierra y recursos). Y sin embargo, nadie daba respuestas. Y de esas no teníamos ninguna responsabilidad, la ciudadanía de a pie me refiero.
Por qué entonces no íbamos a disfrutar de ese día del año que podíamos hacer nuestro, tomar la palabra, algún espacio público, el que nos dejen, verter libaciones a nuestros antepasados, danzar con los demás… Ya están los otros días para reflexionar, si es que todavía hace falta. ¡Feliz día de África!
Ángela Nzambi
Escritora Guineana residente en Valencia
En nombre de Grupo pro África