La filosofía Kilómetro cero propone priorizar lo cercano a la hora de decidir qué consumir, y en los últimos años ha obtenido un respaldo creciente en nuestro entorno.
Fomentando el consumo de lo cercano se pretende obtener una serie de beneficios, como impulsar la economía local y reducir las emisiones generadas por el transporte.
Por otro lado, hoy en día, las relaciones entre los pueblos e individuos de todo el mundo son estrechas y diversas (comercio, contaminación, migración, cultura); por lo que podría ser prudente analizar los posibles efectos positivos y negativos, tanto en el contexto cercano como en el lejano, de cualquier iniciativa.
Por ejemplo, si priorizamos ‘lo de aquí’, eso implicará comprar menos de algún otro lugar. Y si le compramos menos a otro, es probable que él también nos compre menos a nosotros.
O, también habría que tener en cuenta, que hoy por hoy, nosotros exportamos más de lo que importamos. Y que una de las principales fuentes de nuestra riqueza económica son precisamente las exportaciones de manufacturas tecnológicas.
Al mismo tiempo, la mayor parte de nuestro comercio lo hacemos con otros países parecidos al nuestro (países ricos y medio ricos). Y se puede pensar que con este tipo de países sería posible reducir las compraventas mutuas y aumentar la producción propia de cada una de las partes (yo a ti te compraré menos manzanas, tú a mí menos bicicletas eléctricas y cada una haremos nuestras manzanas y bicicletas). Sería negociable.
Pero en el mundo hay muchos países y regiones que no son ricas como la nuestra ni tienen las mismas capacidades productivas. Esos países, hoy por hoy, están obligados a comprar máquinas, piezas y otros productos fabricados por las empresas de países como el nuestro. Pero para poder hacer esas compras también necesitan poder vender algo y, hoy por hoy, sus opciones productivas son limitadas. Generalmente materias primas minerales, productos agrícolas o manufacturas no tecnológicas.
Y para poder disminuir las desigualdades mundiales, sería importante que a esos países, no se les pongan obstáculos en las pocas opciones que tienen para salir de la pobreza. En la medida de lo posible sería oportuno potenciarlas.
Así pues, para que el KM0 sea útil para construir un mundo sea mejor, sería necesario levantar la mirada y analizar a quién va afectar, tanto aquí como allí, el aumento de la producción local y disminución de la importación de este o aquel producto; si les va a beneficiar o perjudicar; si estos colectivos están entre los que tienen más o menos riqueza, capacidad y poder; o qué otras opciones tienen. Dicho análisis nos ayudaría a tomar decisiones que contribuyan a un mundo mejor.
Beñat Arzadun Olaizola
Trabajador de Mundukide