Josu Urrutia Beristain / Director de Mundukide
Con la entrada de la fase de la desescalada, en los últimos días en los medios de comunicación, sobre todo en las televisiones, se han generalizado los mensajes positivos, resaltando el lado más humano de la sociedad. Pero sin embargo, soy de la opinión de que en esta crisis hemos visto a cada cual como es y si cabe en una versión corregida y aumentada. Por un lado, hemos visto a un colectivo sanitario comportándose como verdaderos héroes y heroínas, jugándose la vida por salvar la de otros; redes de ciudadanía organizada para acompañar a las personas más necesitadas en barrios y pueblos: Haciendo la compra, yendo a la farmacia, hablando por teléfono, o haciendo y repartiendo mascarillas. Pero por otro lado, también hemos visto gente insolidaria tratando de irse de vacaciones en semana santa, abusos policiales, consumo exagerado en amazon mientras el comercio local lucha por sobrevivir, chivatazos de balcón, intermediarios subiendo precios y enviando materiales defectuosos que suponen contagios de personal sanitario…
Algo similar ocurre si analizamos las consecuencias de las últimas crisis mundiales. Así, mientras como consecuencia de la epidemia de la gripe de 1918 se crearon los sistemas nacionales de salud en muchos países europeos, tras el crash de 1929 y la II Guerra Mundial se definieron las bases del moderno Estado de bienestar. Sin embargo, la consecuencia de la crisis de 2008 ha sido un aumento extraordinario de la precariedad y la inequidad para que la mitad de la riqueza mundial esté en manos de unas pocas decenas de privilegiados.
Por eso ahora que estamos pensando en cómo será nuestra sociedad después de la pandemia, creo interesante compartir unas reflexiones que por lo menos intentaré aplicar a mi vida postCOVID.
Lo primero que debemos cambiar es el objetivo. No podemos vivir para crecer más. Para nosotros tener más, mientras otros no disponen ni de lo mínimo. Para tener un crecimiento imparable de los beneficios empresariales y pagar menos impuestos. Frente a esto, la alternativa de vivir mejor. Que en algunos casos significará vivir más, sin duda en muchos países del África subsahariana donde la esperanza de vida apenas supera los 50 años, 30 menos que la nuestra. Pero en otros casos, en nuestro caso, será vivir diferente, de forma más sostenible, respetando la naturaleza y pensando no sólo en nosotros mismos. Lo que conllevará necesariamente a consumir y viajar menos. Para este nuevo objetivo, el PIB no puede ser el único indicador. Como alternativa propongo el Indice de Desarrollo Humano, que por lo menos, mide la esperanza de vida y los niveles de educación, además de la riqueza en términos de PIB, o por qué no el informe de la felicidad, que mide este parámetro en las diferentes sociedades a través de sus niveles de corrupción, salud y libertad, entre otros.
Ese vivir mejor significa no dejar a nadie atrás, como titulan los objetivos de desarrollo sostenible. Desde luego, no aparcar a las personas mayores en residencias, ni a la infancia en guarderías, ni a la juventud en escuelas para que nos permitan a la población adulta ir a producir. Esto implica recuperar la importancia de los cuidados para insertarla de pleno en nuestra estructura de sociedad. No dejar a nadie atrás, significa cambiar el modelo para que en el mundo no haya 50 millones de personas que tienen que huir de su hogar por violencias y persecuciones. Significa también no permitir que más de 800 millones de personas pasen hambre en el mundo y como consecuencia más de 2 millones al año de personas mueran de hambre y sus consecuencias.
La nueva sociedad debe estar basada en los derechos humanos, unos derechos olvidados en tiempos de crisis. Por tanto, en primer lugar, la prioridad debe ser recuperar la centralidad de los derechos para que que no se vuelvan a cercenar sin respetar las mínimas garantias jurídicas.
La mujer debe ser la protagonista de la nueva sociedad que construyamos. Si es evidente que los países que mejor han gestionado la crisis sanitaria generada por la pandemia están liderados por mujeres, ¿por qué tan pocas mujeres al frente de los países en el mundo? O al frente de empresas y cooperativas? Es tarea de todas y sobre todo de todos, impulsar este gran cambio en beneficio de la sociedad.
Esta nueva vida debe organizarse siguiendo el modelo de colaboración utilizado por la ciencia en estos tiempos de pandemia para compartir investigaciones y avances. No replicar el modelo de los políticos. Y no sólo me refiero a Bolsonaro y Trump, no hay que ir tan lejos para ver disputas por quién toma el mando único, o teniendo tantos planes de afrontar la pandemia y preparar la desescalada como países hay en el mundo.
La empresa en esta nueva realidad será un modelo que no tenemos que inventar. Frente al modelo donde manda el que más tiene, la cooperativa ofrece un modelo de distribución equitativa de la riqueza, donde cada persona es un voto, donde priman los valores de autoayuda, autorresponsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad, y donde el compromiso con la comunidad es un principio desde aquellos pioneros de Rochdale. El reto ahora es, como decía Arizmendiarrieta, es construir un régimen cooperativista, solidario a escala mundial.
En Mundukide seguiremos trabajando con este objetivo, LA SOLIDARIDAD NO PUEDE PARAR.