En algunos proyectos se entregan cosas. Se clasifica a las personas que están en situación de necesidad y a algunas se les dan ciertas cosas: a ti, comida; a ti, una casa; y a ti, nada, porque no cumples con mis criterios. Ese tipo de cooperación, aunque se vista con un discurso de derechos, no promueve la soberanía.
Otros proyectos quieren transformar ideas. Como consideran que las personas son tradicionalistas, están mentalmente colonizadas o no han recibido una educación liberadora, intentan cambiar su manera de pensar, creyendo que tienen ideas equivocadas. Pero cuando quien tiene poder da cosas o dice al subordinado lo que debe pensar, no promueve la soberanía, sino la dependencia, e incluso, a menudo, el enfado.
Otro camino es crear oportunidades. Crear oportunidades para que las personas puedan hacer cosas nuevas que hoy no hacen, o hacerlas de otra manera. No una única nueva oportunidad, sino diversas y distintas oportunidades. Y no se les da todo hecho. Y no se las atraerá con otras ventajas. Cada persona o grupo decidirá cuál de esas oportunidades aprovechar (o si no aprovechar ninguna). Y para ello, tendrán que hacer aportes significativos. Y como resultado, lo que consigan, sea lo que sea, será suyo. Completamente. No se lo deberán a nadie. Será fruto de sus decisiones y su trabajo.
Por otra parte, el proyecto debe aceptar que no lo sabe todo, que está al servicio de los demás y que son ellas y ellos quienes fijan las prioridades. Reforzará las oportunidades que atraigan mayor participación, abandonará las que no generen participación, y continuará siempre creando nuevas oportunidades.
Después de muchos años intentándolo con diversas iniciativas, hemos llegado a la conclusión de que la forma más eficaz de fomentar la soberanía y el desarrollo de personas, grupos y pueblos es la creación de nuevas oportunidades. Y en eso estamos.