La labor que Mundukide está desarrollando en Etiopia se está viendo, pero, sobre todo, se va a ver afectada por los recientes acontecimientos y situación de violencia[1] que se está viviendo este verano en el norte del país y que aflige gravemente a la región del Tigray, zona histórica de Etiopia, pero con los ojos del resto de las regiones puestos en ella, para ver cómo se desarrollará el conflicto, que en realidad conmueve a todo el país.
Dejando a un lado el análisis social, histórico y bélico para expertos-as que puedan explicar mucho mejor las causas y desarrollo de la, aun no declarada guerra de Tigray, y también postergando las posibles denuncias a aquellas organizaciones de corte más humanitario, nosotros desde nuestra ONG, sí que debemos hacer las pertinentes observaciones en lo que ya está pasando en el país y cómo afectará a la comunidad campesina con la que Mundukide colabora en Arsi (Oromía).
Etiopía se caracteriza por la ausencia de estaciones climatológicas, pero con periodos de lluvias que influyen y marcan el calendario agrícola. Una temporada corta llamada Belg, que va desde marzo a abril, y una larga, denominada Maher que comprende todo nuestro verano. Es decir, ahora mismo, todos los campos se encuentran ya arados, sembrados y se puede empezar a distinguir el verde de los diferentes cultivos desde cualquier parte de la nación.
Perderse la lluvia equivale a renunciar a la recolección de cultivos, sobre todo cereal, y en especial algo que el sistema agrícola de Etiopía, basado en los cultivos dependientes de la lluvia, no puede permitirse. Pero es algo que ya está ocurriendo debido a la situación de violencia y desplazamientos que están sucediendo en el norte del país. Más de 2 millones de agricultores-as y sus familias han abandonado sus granjas para buscar refugio en áreas más seguras y la población de desplazados internos de Etiopía todavía está fuera de control desde que hace más de tres años, los primeros conflictos empezaron a sucederse.
Principalmente en los corredores agrícolas del norte de la Oromía, Amhara y sobre todo Tigray, estos movimientos están ocurriendo este año en el momento crucial del Maher. Campesinos y campesinas no llegaron a preparar sus tierras para el periodo de labranza que ya acabó, pero tampoco lo han hecho para este verano. Estas tierras, aun baldías, no solo afectarán a la reducción de en la producción de cereales y legumbres, sino que también colocarán a la sociedad etíope, de nuevo, en una lucha cíclica contra la pobreza.
El pasado abril estalló en la frontera regional entre Amhara y Tigray una fuerte violencia de rasgos étnicos, cobrándose la vida de unas 300 personas y declarándose posteriormente un estado de emergencia en la zona afectada. Se estableció en la región a las fuerzas militares federales, que no han sido retiradas hasta el mes pasado, con un considerable coste económico y humano y poniendo a las arcas de la nación a prueba, como así lo hará también la asistencia humanitaria que el campesinado necesitará en breve.
La situación de violencia y de inestabilidad ha hecho que muchos agricultores y agriculturas de esas zonas hayan abandonado sus hogares. Si bien en cierto que Arsi, donde Mundukide trabaja, es una zona caracterizada por una alta producción de cereales, principalmente trigo y cebada, las comunidades agrícolas desplazadas de las áreas del conflicto también son conocidas por sus cultivos de teff[2], sorgo y alubias. No todos los desplazados pertenecen solo a la región tigriña sino que esta inestabilidad actúa de igual manera a las comunidades de Oromía occidental y nororiental y Benishangul-Gumuz. Según el informe de la Comisión de Derechos Humanos de Etiopía (EHRC) publicado en junio de 2021, hay 1,82 millones de desplazados internos (IDPs), cifras que no coinciden con la estimación dada por la Organización Internacional para la Migraciones (IOM) que sitúa esa cifra en 2,3 millones, a lo que se suma los mas de 800 mil refugiados que ya han huido del país.
El hecho de que agricultoras-es estén siendo desplazados recientemente representa un daño sustancial en la economía, debido a la época en que está sucediendo. Los agricultores han evacuado en el momento de preparación de sus parcelas para la época grande de cosecha, uniéndose a ello que la temporada corta de lluvias tampoco estuvo exenta de interrupciones.
A causa del conflicto y los desplazamientos, se estima que el 12% de la tierra cultivada otros años permanece ahora inactiva, lo que equivale a 1,5 millones de hectáreas. Estos campos no cultivados tendrán que esperar al menos un año más para ser labrados, con la gran repercusión que ello conllevará tanto en la seguridad alimentaria como en la economía en general, dado que los agricultores suministran el 30% de su producción a los mercados, contribuyendo dicha disminución a la inflación de alimentos básicos.
Como principal generador de ingresos y empleo, el sector agrícola es sin duda el más vital en Etiopía y representa el 32,7% del PIB y el 23% del crecimiento del PIB. La producción agrícola está dominada por pequeños agricultores y entre 2019-20, según las cifras del Ministerio de Agricultura, la producción agrícola total fue de 335 millones de quintales, de los cuales la producción de cereales representó el 88,5% con 13 millones de hectáreas de tierra cultivadas (81,5% dedicadas únicamente a la producción de cereal). Pero en verano de 2021 la mayoría de los agricultores-as de Tigray han dejado de cultivas 950 mil hectáreas, abandonando las granjas y con ganado y herramientas saqueados.
El conflicto que Etiopía asume en este momento repercutirá en diferentes impactos adversos: la reducción de la producción agrícola y la alimentación familiar del campesinado (los agricultores utilizan la mayor parte de su cosecha para alimentar a sus familias. Si no logran cultivar, no pueden alimentarlos). Según datos oficiales, del total de cereales cultivados, los propios agricultores consumen hasta un 60%[3].
Otro impacto negativo será el creciente gasto en forma de asistencia humanitaria para las personas desplazadas. A la horrible cantidad de victimas derivada de los conflictos, en la que ya hay que incluir 12 trabajadores-as de ONG[4], hay que sumar la cantidad de dinero gastada en asistencia humanitaria, que solo en North Shewa fue de 40 millones de euros[5]. El costo total de la asistencia humanitaria ha superado los 90 millones hasta ahora solo en Tigray y se estima en 20 millones el gasto que conllevó el traslado y mantenimiento de las tropas federales en las zonas conflictivas. En total son actualmente 23,2 millones de personas en Etiopía que necesitan asistencia humanitaria, según la ONU y 12,5 millones de millones niños-as que están en situación de desnutrición según UNICEF.
Por último, augurar la reducción de la oferta de producción agrícola en el mercado nacional. El conflicto en curso tiene un gran impacto no solo en los agricultores desplazados, sino también en las familias consumidoras, afectadas negativamente por la escasez de suministros y la consecuente inflación, así como la disminución de exportaciones. La moneda etíope, el birr, ya ha sufrido una devaluación de mas de 5 birr por euro en lo que va de año, mermando la capacidad adquisitiva de la mayoría de las familias que no pueden asumir la incesante subida de precios especialmente de productos alimenticios (22,6%[6] en lo que va de año, el pico más alto desde el récord del año 2008).
En la región oroma donde Mundukide trabaja, se ha experimentado la incidencia más alta, hasta el 30,5%, siendo las zonas rurales las más afectadas y aumentando el riesgo de muchas familias campesinas de entrar en situación de pobreza, disminuyendo su capacidad de adquisición de productos básicos y aumentando el valor de los precios establecidos, incluyendo aquellos necesarios para el trabajo y la producción agrícola (insumos, semillas, químicos y fertilizantes…).
Así, y a espera de los futuros acontecimientos y ver como, tanto el gobierno etíope, como la comunidad internacional manejan el conflicto de Tigray, con unas cosechas inciertas para el presente año, la labor y el trabajo de muchas asociaciones locales y ONG (Mundukide entre ellas) se torna necesaria y ineludible para aquellas organizaciones comprometidas con el desarrollo y la igualdad de oportunidades.
Jorge L. – Cooperante en Etiopía