A pesar de los choques geopolíticos y coyunturales, la mundialización económica, empresarial y laboral continúa.
Y nosotros/as, inevitablemente, intentamos situarnos en esos circuitos globales en las zonas de máximo aprovechamiento (por ejemplo, traer ordenadores cuánticos).
Pero a nivel mundial, decenas de países y millones de personas trabajan en condiciones muy difíciles: En algunos países, más del 80% de las personas adultas están trabajando para sobrevivir. La mayoría de ellas en la agricultura, pero también en otras pequeñas labores como venta de comida en la calle, hacer de taxi con una bicicleta o cargar camiones con sacos a la espalda.
Casi la mitad de la gente que trabaja en el mundo está trabajando en este tipo de trabajos de supervivencia. Y entre las que tienen un empleo algo mejor, también trabajan con muy bajo rendimiento.
A menudo escuchamos que en el mundo existen miles de millones de personas que viven en la pobreza o miseria. Pero no por falta de fundamento o exceso de pereza. La mayoría de estas personas hacen más largas y fatigosas horas de trabajo que nosotras y nosotros. Y sin embargo, viven en una extrema pobreza.
¿Nos soprende que las personas que trabajen con una azada saquen menos rendimiento que la que trabaja con ayuda de tractores y abonos?
Es evidente que quien se ve obligado a trabajar con pocos recursos y en mal estado, creará poco valor para sí mismo,para su sociedad y para el mundo entero. ¡Qué oportunidad perdida!
Desgraciadamente, este es un tema que recibe poca atención entre nosotros y nosotras. Cuando hablamos de solidaridad nos referimos a la salud, a la educación o a la democracia. Pocas veces al trabajo.
A la hora de indagar sobre la cooperación para el desarrollo, la internacionalización de las empresas, la migración, la energía, etc., es imprescindible tener en cuenta la situación de todas las personas trabajadoras del mundo.